Subir unas escaleras, si no es por obligación, es un acto que encierra la búsqueda de la belleza o de la emoción. Somos capaces de ascender por una escalera de caracol de 400 peldaños para ver las vistas diáfanas desde un campanario o serpentear por los escalones de madera de una vía ferrata para llegar a una loma de difícil acceso para extasiarnos con el velo tupido de una cascada.
En entornos urbanos evitamos subir cota por unas escaleras, salvo que
estés en el metro, no te queda otra. Sin embargo, en el distrito de
Moratalaz, subir por sus numerosas escaleras que conectan desniveles
es adictivo. La mayoría de las veces, al final de la escalera, hay
una sorpresa.
En el barrio de Vinateros hay una escalera que une la calle del corregidor Señor de la Elipa con la calle del corregidor José de Pasamonte que conecta con una vista que te obliga a parar. Tu cerebro te enviará una inmediata señal que descodificarás con “aquí pasa algo diferente”.
Lo que pasa es un jardín mosaico dividido en 3 parterres. Al principio solo te fijarás en uno, al girar la mirada verás el siguiente, para finalmente concebirlo como un todo.
Detrás de la concepción del jardín mosaico se encuentra Jesús. Tiene su local profesional al lado de una farmacia. Desde allí, quizás por contagio, decidió sanar el entorno que veía huérfano de biodiversidad.
Comenzó enriqueciendo el suelo del parterre rectangular frente a su local. Eliminó la vegetación yerma y lo tiñó de color con plantas.
A continuación dotó al espacio de volumen instalando una pérgola en el parterre situado frente a la farmacia, que rápidamente comenzó a colonizarse con falsos jazmines.
La fiebre ya era imparable. Se hizo con el quesito de al lado, un pequeño parterre en forma de triángulo que rocío de olor cubriéndolo con aromáticas.
Este contagio por embellecer el entorno se inoculó en sus vecinos que decidieron ayudarle en los cuidados, el riego y la donación de plantas.
Una característica del jardín mosaico es el tratamiento de suelo, que se enriquece con el aporte orgánico de la vegetación que va cumpliendo su ciclo de vida. Si acercáis la mirada al suelo de los parterres, bajando vuestra propia cota, veréis que está tapizado por la flora silvestre que nace de forma espontánea.
En primavera , cuando el jardín está en su apogeo, esta flora más salvaje se expresa con fuerza. Cuando llega el verano empieza a amarillear, pero Jesús deja que completen su ciclo, se agosten, suelten sus semillas sobre el suelo y terminen aportando sus restos al jardín.
Es una experiencia transitar por las escaleras de Moratalaz por el lado más silvestre de la vida.